Juan J. López Jiménez

Comunidad CLIP

 

A menudo nos sucede en la vida que nos damos cuenta que aquello que pensamos como grande y preocupante se convierte en nimio y reducido cuando, teniendo la capacidad de observar al borde del camino, nos descubrimos con nuestra mirada opulenta –no exenta de muchas miopías- topándose con realidades que nos llaman a enfocar mejor la vida y el mundo en el que vivimos.  Eso me ocurre cuando pienso en la crisis de occidente y la crisis eterna (alimentaria, medio ambiental, de miseria, de derechos básicos, etc…) en la que viven cada día millones de personas.

 

Tuve un regalo del Padre este verano: la posibilidad de ir a la República Democrática del Congo durante el mes de agosto, y ví signos de tristeza y esperanza en este viaje que quiero compartir con vosotros.

 

Todo empezó este mes de abril de 2009, cuando el director de Caritas Development CONGO vino por España. La comunidad CLIP, de seglares claretianos, hacía dos años que estaba financiando un proyecto de rehabilitación y equipamiento de centros sanitarios en este país. Bruno Miteyo , que así se llama el director de Cáritas Congo, vino a cenar a nuestra casa y allí nos dijo eso tan evangélico del “ven y verás” y no nos pudimos resistir a esta seducción tan sencilla, como movilizadora. Pedí un mes sin sueldo en mi trabajo y el CLIP me animó y contribuyó económicamente, junto con otra comunidad llamada Corinto, a financiar parte de este viaje. Me sentí enviado por la comunidad.

 

Creo que tengo algo… o muchas cosas que contar… pero por ahora dejo caer algunas sensaciones y reflexiones. La primera me la encontré en el aeropuerto de Casablanca, donde tenía que cambiar de avión, porque había dos policías nacionales con un deportado para Camerún que tenía que subir en mi avión, pero no hablaban nada de francés. Me tocó hacer de intérprete con el piloto marroquí del avión para explicarle la situación, pero sentí en mi corazón la profunda contradicción entre un hecho con el que no estoy de acuerdo –la deportación (por el sufrimiento que esta persona ha debido pasar después de semanas o meses atravesando África a pié desde Camerún, pasar la frontera, estar sólo en un país tan diferente, etc.), y el hecho de ayudar a los policías. Quizás debí renunciar a “colaborar” y llevo grabados a fuego los ojos de tristeza de esta persona cuando subía al avión.

 

Ya desde Camerún (Douala), donde el avión hizo escala tuve la tremenda sensación de que era el único blanco del avión. Al llegar a Kinshasa, capital de R.D. Congo, eran las 4 de la mañana en un aeropuerto que da miedo, y esta sensación se hizo muy intensa en el recibidor de maletas donde una veintena de personas demandaba con insistencia y cierta agresividad llevarme las maletas, llevarme en taxi,… Era “el blanco de todas las miradas”. Comprendí así cómo deben sentirse ellos cuando llegan a un país como el nuestro, pero el abismo y la diferencia son tremendos. Yo allí soy un extranjero privilegiado, sujeto de respeto y servidumbre; ellos aquí son un extranjero marginal, objeto de explotación.

 

Kinshasa es la capital de R.D. Congo. Es una ciudad gris, con calles destrozadas, con un enorme movimiento de masas de personas a pie, pero también muchos “sin pies” (mutilados, discapacitados), que arrastran su cuerpo por el suelo buscando el sustento cotidiano. Se respira la suciedad (polvo, aguas estancadas), la pobreza, la delincuencia, el miedo…Está prohibido hacer fotos –no quieren que exportemos su miseria y dañemos su dignidad. De vez en cuando se observan signos de opulencia desmesurada en forma de coches, casas, seguridades,… Mucha gente muy trabajadora que invierte cada día en quehaceres que permitan asegurarse algo que comer ese día en su familia.

 

La seguridad del blanco es algo que hay que garantizar… No podía salir sólo, vivía y trabajaba en lugares con muros de más de tres metros rematados con alambradas. Por las calles mejor siempre dentro del coche. Era prisionero de mi propia seguridad, y eso no me gustaba. De Kinshasa viajé a Mbujimayi, ciudad del interior en pleno centro de África, y desde esta villa, a Ngandanjika, pueblo donde dormía y comía en la casa del cura Apollinaire, junto a las instalaciones de una cooperativa financiada en gran parte por el gobierno de Euskadi y protegidas por personas bien armadas del Ministerio del Interior del país. La seguridad se hace necesaria para proteger instalaciones, tractores, depósitos, granjas,… con las que se intenta ayudar a reconstruir el país. Pero generan una barrera grande con la población…, un verdadero dilema. La esperanza se visualiza en esta cooperativa llamada Projet Ditunga (proyecto de la población)  que realiza muchas acciones como la producción de huevos -en granja de gallinas-, construcción de escuelas, formación de agentes en temas de salud, agricultura, educación, etc. Pero es como una isla en medio de miles de personas que viven al límite.

Viajaba cada día en moto o en todo terreno de Ngandanjika a Bakwa Mulumba. Treinta kilómetros en una hora por la “carretera” (pista de arena y agujeros): un espacio de vida con cientos de personas a pie llevando mercancías sobre sus cabezas (las mujeres) o en bicicletas sin frenos (los hombres). Las primeras llevan mandioca, carbón, restos del bosque de palmeras para el fuego, agua, hojas de mandioca, … y también bebés colgados a la espalda o a la cadera. Los segundos cargas de 500 kg de harina de maiz o mandioca o aceite de palma, haciendo 90 km hasta Mbujimayi para venderlo en un trayecto que les lleva dos o tres días ida y dos días vuelta.

 

En Bakwa Mulumba, el pueblo donde tenía la misión de ver y dialogar con las gentes pude contemplar cómo trabajan desde que sale el sol hasta que se pone ¡con tanto esfuerzo y constancia). Pero sólo comen una vez al día, y el contenido es una masa hecha con harina de maíz y mandioca llamada “fufú”.  Recuerdan hace unos años… cuando comían dos o tres veces al día, cuando las escasas carreteras tenían algo de asfalto, cuando el agua venía por canales y fuentes…

 

Los problemas más graves, por este orden, el abastecimiento y red de aguas (incluida las deficientes condiciones higiénicas), los centros sanitarios y la atención sanitaria, y el grave deterioro o ausencia de centros educativos para una población  muy animada y motivada para formarse. También está la situación de la mujer –tuve el privilegio de asistir a la primera reunión de mujeres de Bakwa Mulumba-, o la ausencia total de electricidad. Con estos problemas estamos intentando construir proyectos en colaboración con la Cáritas Diocesana de Mbujimayi y con la Cáritas de R.D. Congo porque en estos menesteres no debemos ir como “francotiradores”.

 

Viven esperanzados… esperan de nosotros que les acompañemos respetando su dignidad y su esfuerzo para obtener más fruto de la miseria que ahora recogen. Desde el CLIP queremos comprometernos desde este camino, no sólo desde lo económico, sino también desde lo relacional. Esperamos compartir mediante correos electrónicos español-francés-tshiluba, teniendo como base que compartimos una misma fe. Estamos seguros de que en este diálogo entre familias de España y de Bakwa Mulumba nos contaremos cosas desde lo más profundo del ser. Además, nuestros hijos y sus hijos entrarán también en esta dinámica de correspondencia virtual y creemos que será crucial en su educación como cristianos y como personas en esta aldea global.

 

Cuando estaba allí sentía que el Padre estaba con ellos. Todavía resuena en mí la llamada de Anatol, párroco de S. Pierre (la parroquia de Bakwa Mulumba): “No os olvidéis de nosotros”, recordándome a los ladrones que había junto al Cristo crucificado. Anatol piensa que nosotros somos el Cristo que no se olvidará de ellos en el Reino, pero yo me pregunto… ¿no seremos nosotros los ladrones?... los que realmente estamos necesitados y perdidos de que no se olviden de nosotros aquellos que están en los márgenes de la vida, pero en la esencia de la Vida.

 

¡Tuasakidila mueme[1] Padre por este regalo!

 



[1] “Muchas gracias” en tshiluba, la lengua que se habla en Bakwa Mulumba.